Contemplaba la inmensidad, el abismo de posibilidades que le ofrecía el futuro, desde la más buena a la peor. No sabía hacia qué lado decantarse, porque todos los caminos le parecían sinuosos y llenos de peligros. Le daba miedo dar el paso, porque le aterrorizaba la soledad. Porque creía que más allá de donde se encontraba, no habría nadie más. Aunque en realidad, ya estaba sola. No había nadie que secara las lágrimas que derramaba en secreto sobre la almohada, porque no había nadie a quien pudiera confiárselas. Se limitaba a ver como sus pupilas se empañaban y sus mejillas se humedecían mientras temblaba diciéndose a sí misma que todo era mejor así.
Daba de vez en cuando un paso temeroso, vigilando piedra a piedra dónde colocaba sus pies, pero en la mayoría de ocasiones retrocedía porque no soportaba alejarse de su presente, porque no soportaba los cambios, porque las lágrimas volvían a inundar sus ojos, porque estaba atrapada en el espacio y en el tiempo, y porque sabía que jamás lograría escapar.