Su esbelta silueta se dibujaba envuelta en la fina seda negra del vestido, y su larga cabellera ondeaba al viento, queriendo escapar con él. Mientras sus pies permanecían firmes sobre el suelo, sus ideas vagaban libremente de un lado a otro, en un balanceo constante, y sus profundos ojos de carbón se perdían en la nada observando el horizonte y maquinando siempre el siguiente paso que debía dar en su estudiada estrategia.
Su belleza había sido siempre admirada por todo el reino y nunca nadie osaba dirigirle la palabra. Esa belleza que tanta gente admiraba, y que causaba a todo el mundo un gran respeto, la había convertido en un ser odioso, sin sentimientos, al que solo le importaba la eterna juventud y que dedicaba todo su tiempo a idolatrarse en el reflejo que le devolvía su espejo mágico. Centenares de hombres habían caído prendados de su hermosura, pero ella había perdido su corazón hacía años, en los tiempos en los que aún era capaz de amar, con la muerte de su único amor, y ahora buscaba venganza por su pérdida, y algo que pudiera paliar su falta. Él se lo había llevado con su muerte, ya nadie podría devolvérselo, y si no eran para ella, ya no existirían los finales felices...
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