El aire se colaba por debajo de las puertas, sonando cuando las rendijas eran demasiado pequeñas. La oscuridad entraba por las ventanas, pues las nubes no dejaban ver el sol, y la lluvia azotaba los cristales con violencia, como queriendo desgarrarlos con cada gota. Más allá de las paredes de las casas, la ciudad estaba empapada, y sus habitantes se resguardaban como podían debajo de sus paraguas. Muchos corrían para resguardarse, otros tantos evadían las gotas de agua sentándose en un bar a tomar un café caliente, pero todos intentaban pisar las aceras el menor tiempo posible.
La avenida se quedó vacía, solo una joven pareja permaneció en ella, ajenos a la tromba que caía sobre su pequeño paraguas rojo. Parecía una despedida, pues en sus caras se veía que ya se estaban echando de menos, y sus labios se negaban a separarse, conscientes de que el tiempo que pasarían separados les parecería una eternidad.
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