Las palabras salieron de su boca disparadas como una bala, se clavaron en mis oídos y tras perforar mis tímpanos y penetrar en mi cerebro, mi cuerpo desencadenó una serie de reacciones de todo tipo que estuvieron a punto de hacerme desvanecer. Pasados unos instantes sin apenas distinguir las formas de mi alrededor, su mano se posó sobre mi hombro. Sentí como si salieran chispas tras el contacto, preguntándome cómo era capaz de haber dicho eso. Odio. No podía concebir por qué tenía que irse, marcharse y dejarme sola en el mundo. Era voluntario, nadie le obligaba, se iba a la batalla por su patria, por su país, orgulloso de su elección, olvidando cuántos sueños teníamos por cumplir juntos, olvidando sus promesas, cegado por la ira contra el enemigo, a punto de enzarzarse en una lucha que no era la suya...
Y cansada de escuchar sus promesas, le esperé durante meses, sin fruto alguno, hasta que un día me di por vencida, y abandoné toda esperanza de volver a ver sus ojos de avellana...
Y el mundo no volvió a ser nunca como era antes...
Triste, pero no deja de ser precioso a la vez. Que adoro cómo escribes.
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