Nos pasamos la vida deseando que llegue un momento determinado. Durante el día queremos que llegue la noche para llegar a casa y olvidarnos de las obligaciones, durante toda la semana, queremos que el fin de semana llegue para poder descansar, para poder desconectar de esa intensa vida a la que nos vemos sometidos sin remedio. Cuando comienza el invierno, deseamos que el frío desaparezca y que vuelva la tibieza del sol y la luz del verano a alegrar nuestras vidas, y lo mismo hacemos cuando nos cansamos del calor y queremos que se refresquen nuestros cuerpos con la llegada de los vientos y las lluvias. Cuando somos pequeños ansiamos crecer para hacer muchas cosas que una vez que somos grandes ya no podemos hacer, y cuando somos grandes deseamos ser todavía más mayores para optar por algo más, o para deshacernos de lo que no nos gusta de nuestra existencia en ese momento.
No nos damos cuenta, pero nos pasamos la vida deseando que la vida pase, sin ver que de esa manera estamos desperdiciando los momentos que estamos viviendo, que les estamos dando poca importancia cuando, al fin y al cabo, están formando parte de nuestro paso efímero por este mundo, y luego, cuando echamos la vista atrás, nos damos cuenta de que todo eso que nos parecía tan horrible y tan eterno, que deseábamos que acabara, que pasara rápido, después de todo, no había sido para tanto.
Me declaro culpable, como cualquiera de los que estáis leyendo estas líneas, de pensar de esta manera, e intento constantemente evitarlo sin éxito. La vida está repleta de esperas, de momentos que quisiéramos que duraran menos, de momentos que desearíamos que duraran más y que no es posible. Perseguimos encontrar situaciones que dibujen en nuestra cara esa sonrisa inconsciente de cuando imaginas lo que te gustaría que pasara, lo que te gustaría estar haciendo en lugar de lo que haces y, al final, eso nos pone tristes porque no podemos disfrutar de lo que estamos haciendo aunque por momentos no sea tan horrible como pensamos que es.
Deberíamos dejar de desear que llegara el futuro, porque llegará y se irá tan rápido que no nos daremos cuenta y habremos terminado nuestras vidas sin vivirlas, a la espera de algo incierto que no sabemos si sería mejor.
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