jueves, 28 de enero de 2016

Impotence

Las lágrimas de impotencia rodaban por sus mejillas a velocidades que nadie podría calcular y con tal descontrol que hacían que su piel se erizara y sus puños se cerraran con más fuerza de la que jamás antes habían tenido. No había manera de detenerlo, no había forma de que esa sensación desapareciera de sus pensamientos, no era posible. A veces le parecía que las luces se apagaban, que no había forma de poder volver a encenderlas, que iba a permanecer en la oscuridad por mucho tiempo y nadie iba a poder iluminar su camino para poder seguir avanzando. A veces le parecía que la vida solamente le ponía trabas y obstáculos para detenerla. 



A lo lejos, una leve sintonía en un piano intentaba aliviar esos sentimientos negativos, intentaba llevárselos lejos, y liberarla, pero lo único que habría podido hacerla libre habría sido gritar, con todas sus fuerzas, hasta sentir que sus pulmones se desgarraran y se vaciaran de todo el aire que pudieran contener, hasta sacarlo todo y devolvérselo al mundo en forma de aire. Habría querido que el viento se llevara todas esas cosas malas, que las aniquilara, y que si fuera necesario las hiciera sufrir para que no tuvieran la idea de volver jamás. Era como estar al borde de un precipicio pensando en que si daba un paso todo ese dolor podría acabar, que despertaría de ese mal sueño en el que estaba sumida profundamente. Pensaba que las lágrimas dejarán de inundarte y que el sufrimiento pasaría cuando se hiciera uno con el mar que se encontraba a sus pies. Y saltó, y los gritos salieron de sus pulmones y se desinfló esa sensación de descontento, y abrió los ojos y se encontró entre las cuatro paredes de su hogar, segura, inundada en lágrimas, pero con una sensación de sosiego y de descanso que la hizo cerrar los ojos y dormir hasta que el sol volvió a asomarse por el horizonte.


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