Abrió los ojos para encontrarse con una extraña percepción de calma y vio el techo blanquísimo iluminado por la tenue luz que provenía del exterior. En el silencio que reinaba en la recámara escuchó el murmullo del tráfico más allá de las paredes de su casa y el canto alegre de algunos pájaros que en ese momento no supo identificar a pesar de que había sido una amante de la ornitología.
Desde donde se encontraba no percibía ningún movimiento, ninguna señal de que otro ser viviente compartiera ese espacio. Obviamente sabía que nunca estaba totalmente sola porque siempre te acompañan los millones de bacterias que pueblan tu cuerpo, pero nada más allá de esos microorganismos que la protegían de la invasión de patógenos.