Septiembre. Ese mes del año que nadie quiere empezar, que todo el mundo odia porque se acerca el fin de las vacaciones, porque vas sintiendo los días enfriarse y oyes como el viento fresco empieza a soplarte en la nuca. Ya es el momento de que los días se hagan más cortos, de pasar de las soleadas jornadas de playa a las tardes amarillentas viendo las hojas caer. Ya se prepara el otoño, con su luz mortecina y sus lluvias eternas. El otoño, con sus colores especiales que indican cambio y renovación, que nos dicen que el invierno vendrá después para congelar al planeta, para eliminar cualquier resto de vida que esté desprevenida en las calles. Pero no hablábamos del invierno, sino de septiembre. Ese septiembre que llena las mochilas de los niños, que más o menos emocionados, deben volver a las aulas impregnadas del olor a libros nuevos, ese septiembre que devuelve todas las cosas que el verano se lleva porque el verano es diferente y está fuera de nuestro control. No solo tiene cosas malas septiembre, también es un mes de reencuentros y de recuperar esa vida monótona a la que tan acostumbrados estamos. A mí me gusta septiembre, me suena bien septiembre y no quiero esa canción de
Wake me up when september ends, quiero vivir septiembre.
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