En el fondo no era mala persona, pero había conseguido ganarse la fama de "gruñón exigente" que dominaba su personalidad. Se quejaba por la falta de atención o disposición a aquello que requería, o gustaba en cada momento, pero sus pequeños ojos de aceituna no le permitían ver como muchos se desvivían por él y, claro está, nunca salía de sus labios la palabra mágica que tanto cuesta escuchar en estos tiempos: "gracias".
Tras largos años de soledad su corazón estaba ya pensando en pararse, en dejar que la maldad se le escapara por los poros, que fluyera y se disolviera en el aire y los océanos. El severo anciano exhaló sus últimos suspiros entre recuerdos de una vida que no le había gustado vivir...
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