Tan pequeño y frente al mundo, sin nada que lo proteja de los golpes que la vida le da. Indefenso. Afrontando, cara a cara, todos los obstáculos que se interponen en el camino. Ni una sola lágrima derramada por todo ello. La tristeza y la desesperación acumuladas en su pequeño cuerpo luchando por salir, y todas sus fuerzas intentando evitar que salgan, porque: debe ser fuerte, le han dicho...
El tiempo lo ha fortalecido, y ha sanado las heridas. Poco a poco desaparecen los restantes fragmentos de sufrimiento, que arden hasta convertirse en cenizas, hasta volverse inofensivos. Y ahora todo está volviéndose a encaminar, volviendo a su curso. Y mientras navega río abajo, recupera las sonrisas y las ganas de vivir.