Y mientras tus neuronas bailan, se van por las ramas recogiendo pedacitos de todo aquello en lo que no quieres pensar, y los devuelven a tus pupilas, para que lo vuelvas a ver.
Y es cuando tu corazón casi ha olvidado cómo latir y tienes la mirada clavada en el infinito, cuando esas funestas melodías se apagan, te devuelven la respiración y te dejan un sabor amargo en la boca...